La cuarta ola del feminismo se nos presenta iracunda, irascible. Es representada por personas ciertamente sobreinformadas, hiperconectadas a y por las redes sociodigitales, hasta cierto punto poco reflexivas. No son necesariamente intelectuales ni académicas. No son las pensadoras que salieron del canon, como en la primera ola; tampoco son las ilustradas y burguesas, como en la segunda; tampoco son las académicas activistas, como en la tercera ola. Las de la cuarta ola son militantes jóvenes –incluso muy jóvenes– hipersensibles, con todas sus emociones a flor de piel, llevando a cabo acciones políticas que los medios de comunicación, al menos en México, tildan de “radicales” y “violentas” a causa de su bravura y su hartazgo. Ellas se manifiestan haciendo pintas sobre monumentos históricos nacionales y quemando edificios de instituciones gubernamentales.