Ante un incierto y disruptivo escenario posglobal, posamericano y posliberal, como el que muy probablemente enfrentará el mundo a lo largo del siglo XXI, es imperativa una reflexión sobre el Estado desde una perspectiva histórica y sociológica, más allá de las fórmulas universales con las que el liberalismo y la democracia lo han abordado. Respectivamente, para la primera, el Estado es un problema generador de ineficiencias y taras administrativas; y para la segunda, un riesgo latente hacia el autoritarismo y la tiranía que se debe limitar a través de la ley. A partir de estos sesgos ideológicos y ante un absoluto olvido e ignorancia de la historia y de las estructuras sociales, se ha mar-ginado como superflua cualquier reflexión comparada sobre las tecnologías sociales que dieron lugar a diferentes sistemas jurídicos, administrativos, militares, financieros y corporativos en los países occidentales. La realidad es que los Estados han conservado y mantenido sus diferencias, dando lugar a diferentes morfologías administrativas de tipo burocrático, constitucional, corporativo o patrimonial que demandan su estudio o, mínimamente, una comprensión básica de sus diferencias a partir de una profunda reflexión histórica.