En 1910, la opinión pública española fue conmovida por una serie de acontecimientos que tenían como protagonista a un profesor prácticamente desconocido fuera de los estrechos círculos intelectuales de la época. Para sorpresa de periodistas y políticos, miles de personas se echaron a la calle en Coruña, Santander, Alicante y Oviedo para recibir a Rafael Altamira y Crevea, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Oviedo, tras su triunfal periplo por el Nuevo Mundo. Enviado a América por su universidad con el propósito de trabar acuerdos regulares de intercambio con las casas de altos estudios argentinas, uruguayas, chilenas, peruanas, mexicanas y cubanas, su éxito rebasaría la esfera académica para impactar en la sociedad civil y el mundo político. En efecto, Altamira no sólo dictaría cátedra y obtendría doctorados honoris causa, sino que pronunciaría decenas de conferencias en sociedades obreras y de educación popular; sería recibido por ministros de instrucción y por seis jefes de Estado; tendría presencia cotidiana en la prensa y disfrutaría del festejo de entusiastas muchedumbres en las calles de Montevideo, Lima, Mérida y La Habana. La recuperación historiográfica de este fenómeno sorpresivo y extraordinario —cuya memoria fue desdibujándose a lo largo del siglo XX— sólo puede ser fructífera si observamos el contexto de recepción del mensaje americanista y no solo sus estímulos y condicionantes españoles; y si estamos dispuestos a plantear ciertos interrogantes. ¿Por qué triunfó Altamira en un mundo intelectual tradicionalmente hispanófobo? ¿Quiénes fueron sus principales interlocutores? ¿Cómo logró seducir simultáneamente a elites gobernantes y a los sectores reformistas, sin enajenarse el apoyo de obreros, estudiantes, intelectuales y educadores populares y encolumnando tras de sí tanto a la emigración republicana española y a los desconfiados diplomáticos de la Restauración? Para responder estas preguntas y comprender el proyecto americanista de Altamira, debemos observar aquel Viaje no ya como una mera anécdota, sino como el evento inaugural de una prometedora era de relaciones intelectuales entre España y América, orientada por una concepción liberal del americanismo español y del hispanismo americano.